Gustavo Petro, presidente de Colombia, metió la pata, (por decirlo de una manera coloquial e ignorando las profundas consecuencias políticas de su “desliz”), y trató de arreglar el enredo consiguiéndolo solo a medias.
Petro declaró que el Fiscal General, Emilio Barbosa, es su subalterno, obviando así la separación de poderes que la Constitución colombiana establece. La desafortunada idea le mereció un llamado de atención de la Suprema Corte de Justicia de su país.
¿Fue un desliz o es su profunda convicción? Es más probable que sea lo segundo. Aceptar un Ministerio Público independiente es una de las asignaturas más difícil para un presidente. Si además viene de una ideología autoritaria, debe sentirse como tragarse un sapo…
No es sorprendente que los populismos de derechas y de izquierdas se comporten de una manera idéntica. Pueden llegar al gobierno a través las urnas, y una vez instalados en el poder, su esfuerzo irá dirigido a manejar a los demás poderes para completar su agenda. Agenda, que normalmente, exige saltarse algunas menudencias.
Después de entender (más o menos) cómo Jean Alain Rodríguez manejó el Ministerio Público en el gobierno de Danilo Medina… tener a la magistrada Miriam Germán en ese puesto y a un presidente respetuoso de sus respectivas responsabilidades es una situación que quizá no apreciemos en toda su dimensión.
Situaciones como la que ha creado el presidente colombiano hace pensar en la geopolítica de la región de las Américas y la excepción virtuosa, con todos los problemas y fallos de cada día, que representa hoy República Dominicana. Lo señala el Canciller en la entrevista que publicamos hoy.
(Petro se desdijo un día después, pero lo hizo desafiando a su Fiscal General. O sea, como si no lo hubiera hecho…)